miércoles, 1 de enero de 2014

Un buen inicio


La noche anterior tuvimos una cena familiar para celebrar la llegada del año nuevo. Antes de dormir acordamos levantarnos temprano e ir a la playa. Sin embargo desperté con un gran deseo de ir a uno de los cerros de la ciudad, el de San Juan.

Me levanté de la cama y sin hacer ruido caminé hasta la cocina para preparar unos sándwiches y tomar algunas frutas. Llevé lo suficiente para dos personas. Pensé en invitar a alguien, pero sabiendo del compromiso de mi familia y dudando que algún amigo quisiera acompañarme después de la acostumbrada velada del día anterior, dejé una nota y partí solo.

La mañana era  fresca. Disfruté el ascenso como nunca. Aprecié con calma los enormes encinos, admiré las escasas flores silvestres y me dejé sorprender por el jugueteo de las ardillas corriendo entre los pinos. Todo estaba muy tranquilo.

Al llegar a uno de los últimos parajes del cerro me encontré con la primer persona. Se trataba de un hombre que acomodando su cámara digital entre unas rocas corría a acomodarse para aprovechar la función de tomas automáticas. Ofrecí ayudarlo y accedió. Después continuamos juntos el recorrido.

En la cima, cansados y con hambre, nos sentamos a platicar mientras comíamos lo que yo había llevado, como si supiera que me encontraría con otra persona. En un momento de la conversación él me dijo que disfrutaba mucho el momento y que le recordaba a un amigo que había tenido pero que hacía años había muerto precisamente en el cerro. Confesó que durante años había buscado la cruz que indicaba el lugar exacto en que el joven murió. Me dijo cual fue su nombre. Sintiendo cómo se me erizaba la piel le dije que yo, en uno de mis recorridos anteriores al cerro, había encontrado ese lugar. Pidió que lo llevara.

Cuando llegamos al punto exacto sentí un gran alivio. Allí estaban la cruz y algunas flores marchitas. Mi nuevo amigo se emocionó al borde de las lágrimas. Después de unos minutos en silencio me pidió que lo retratara a lado de la cruz. Al observar la fotografía en la pantalla de la cámara se conmovió de nuevo pues entre las hojas de los árboles se colaban unos rayos de sol que llegaban justo a la cruz dando a aquella toma un tono celestial. “Es él” me dijo.


Llegué tarde a mi casa. Pasé el resto del día con una tranquilidad de conciencia sabiendo que de algún modo había iniciado bien el año, ayudando a una persona a cerrar un ciclo, dándole tal vez un regalo de año nuevo.

Hay quien dice que las anécdotas maduran con los años hasta que un día se imponen en la mente y aparecen por sí solas…hace siete años exactamente que viví aquella situación, pero todavía me hace pensar en lo misteriosa que es la vida.


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