Por: Karla
Elizabeth Ramírez Ruelas,
Licenciada en educación primaria
El
verano de 2005 representó el final de una etapa de formación profesional, pero
a la vez el inicio de nuevos proyectos y aspiraciones; fue el Instituto Estatal
de Educación Normal de Nayarit mi cuna, el espacio material, moral y espiritual
en el que a lo largo de siete años me vio emerger y surgir como un ente
formador de pequeños pero trascendentales seres humanos: la niñez.
Hacer
siempre las cosas con calidad y calidez procurando dejar en las personas una
huella de mí en sus vidas, es la frase que enmarca mi filosofía y que rige mi
actuar cotidiano. Filosofía que me permitió egresar en el invierno de 2010 del
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey como Maestra en
Administración de Instituciones Educativas, logrando recibir mención de
excelencia académica en una de las instituciones de mayor prestigio en el país,
en medio de una generación de ingenieros, arquitectos, licenciados y masters
herederos de cunas empresariales o de las más altas esferas políticas; y ahí
estaba yo, una humilde maestra rural concluyendo otro reto profesional y
personal, sin olvidar sus raíces pero con una visión siempre cada vez más alta.
Múltiples han sido las experiencias que la
docencia me ha ofrecido, desde comenzar trabajando como maestra asesora
ayudando con sus tareas y a estudiar a niños de escuelas particulares en sus
casas; como docente durante el ciclo escolar 2006-2007 en el colegio Liceo del
Valle, pertimitiéndome formar un ejemplar equipo colaborativo con mis amigos y
compañeros de generación Orlando y Miguel Ángel Delgado Castro, Rigoberto
Rodríguez Bueno y Candy Carolina Aguilar Estrada; a la par desempeñándome como
maestra interina en la Escuela Primaria “Vicente Guerrerro” de la capital
nayarita, habiendo encontrado entrañables compañeros que cobijaron mi estadia y
me bridaron la seguridad y consejos más que de compañeros, de los padres
docentes que no tuve. Sin embargo, ha sido la costa alegre de Santiago
Ixcuintla quien me ha abrigado y me ha permitido adquirir las más relevantes
historias profesionales y de vida.
En
diciembre de 2007 salí por primera vez de la ciudad que me vio nacer y en la
que me formé y ejercí mis primeros años en la docencia, llegando acompañada del
noble profesor Cruz Peña (ahora jubilado), en ese entonces asesor técnico
pedagógico de la zona escolar 42, a bordo de su motocicleta, con los nervios de
quien desconoce otras tierras, otra cultura, otro escenario, a la Escuela
Primaria “José María Morelos” de la comunidad de Amapa en la que trabajé un año,
cumpliendo cabalmente con el deber sin importar las inclemencias del tiempo, como
aquel día en el que tuve que llegar en un camión militar debido a las
inundaciones, misma en la que constaté
el agradecimiento sincero de los padres de familia por la labor ejercida.
La
Escuela Primaria “Estado de Tamaulipas” ha sido mi segunda casa desde el
invierno de 2008, una escuela rural enmarcada por un escenario natural
impresionante, por lo menos para mí, rodeada de parcelas, cultivos y humildes
viviendas de la comunidad de Puerta Azul, con el cielo más azul que he visto, los
amaneceres más motivadores, el canto endulzante de las aves y el calor más
insoportable que he experimentado. En ella he visto desfilar a varias
generaciones, marcando cada una de ellas momentos muy gratos.
Haber
sido maestra en quinto y sexto grados de la generación 2007-2013 fue sumamente
gratificante, al inyectar una dosis diaria de motivación y superación a niños y
niñas que en su mayoría no conocían más que el proyecto de vida migrante, la
paternidad temprana, el conformismo de dejar la escuela y continuar con la
generación de jornaleros. Fueron ellos los alumnos que todo maestro desea ya que
desarrollaron la capacidad para indagar, reflexionar, construir conocimiento y se superaron académicamente a sí mismos,
destacando entre ellos Javier Enrique González Peña un niño de cuna muy humilde
pero con las más altas aptitudes sobresalientes que he conocido, mismas que le
permitieron obtener un fideicomiso para concluir de manera destacada y holgada
su carrera profesional hasta la licenciatura así como haber representado
dignamente al municipio de Santiago Ixcuintla en la etapa estatal de la
Olimpiada del Conocimiento.
Las
gratificaciones que trabajar frente a grupo me permitieron optar por seguir
ejerciendo la docencia tras haberme desempeñado como asesora técnico pedagógico
del sector 7 en el ciclo escolar 2009-2010.
Actualmente
soy docente del grupo de segundo grado de dicha escuela, mismo que he enseñado con
mucho orgullo a más que leer y a escribir, día con día los oriento a pensar y
actuar de la vida y para la vida desde edades tempranas. Éstos niños y niñas
son la motivación por la que me levanto todos los días y la energía por la que he
viajado diariamente más de 140 kilómetros durante ya considerables años. Antoni
quien me recibe todos los días con una gran rama con flores y raíz (últimamente
me ha preocupado pensar en que dejará a su abuela o al jardín de la iglesia sin
plantas) aunque su estómago y cartera estén considerablemente vacios, Jhovana
Valentina que está siendo criada por sus abuelos y me ha externado en
considerables ocasiones el cariño que me tiene parecido al de una madre,
Arnulfo que con sus grandes ojos e incontrolable energía ha puesto a prueba mi
paciencia pero también la efectividad y sentido de la verdadera disciplina; en
suma, cada uno de ellos me ofrece más aprendizajes que los que yo puedo
ofertarles.
Sentir
que mi trabajo trasciende más allá del aula me llena de orgullo, tal es el caso
de Don Fernando, el señor que durante años ha llevado el agua de beber a la
escuela, cuya hija con muchos sacrificios realizó estudios de ingeniería, pero
a la vez sus padres se resistían a dejarla salir a desempeñarse como tal, dicho
buen hombre recientemente me comentó lo siguiente:
“Maestra,
disculpe que la interrumpa pero quiero comentarle que mi hija ya está
trabajando en Monterrey, después de que platiqué con usted y me aconsejó
dejarla ir para que valiera la pena el esfuerzo de ella y de nosotros como
padres, me dejó pensando y tomé su consejo. Le quiero agradecer…”
O como el caso de Noemí, una niña que después
de haber vivido en Tijuana llegó con su madre y hermano a vivir al pueblo a la
casa de sus abuelos paternos, mostrándose sumamente distraída al iniciar su
formación en la escuela, dejando constantemente inconclusos sus trabajos y con
un ánimo deteriorado y quien meses más tarde llegó a ser líder del grupo
mostrando gran entusiasmo en sus participaciones y formando un excelente equipo
colaborativo con los mismos. Después de un tiempo su madre me informó:
“Maestra,
le tengo una mala noticia, nos regresamos a Tijuana, pero le quiero agradecer lo
que hizo, domó a Noemí, ningún maestro había podido con ella…”
En ese instante yo sólo pensé que lo único
que hice fue que la niña descubriera sus posibilidades y se integrara de manera
exitosa al grupo.
Son diez años de haber egresado de un
instituto formador de docentes, insuficiente sería el espacio y las palabras
para narrar las experiencias, escribir los nombres y agradecimiento de los
compañeros, alumnos y personas de las diferentes comunidades educativas que me
han ido enseñando la grandeza de haber elegido una profesión que trasciende más
allá de las políticas, más allá de las reformas, más allá de una sociedad inmersa
en un acelerado cambio: la profesión de ser maestra.
¡Hermosa historia! Nada más que decir...
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