martes, 21 de julio de 2015

Por fin maestro...


Por: Joel Servando Montes Hernández,
Licenciado en educación primaria

El primer día...
 Serían las 10 de la mañana cuando la lancha apagó el motor por última vez. Mi equipaje se componía por un catre, una maleta y una botella con agua. Bajé mis cosas y la botella cayó al río, intenté rescatarla pero la corriente se la llevó. El lanchero me miró con una risita burlona. Le pagué y caminé unos cuantos pasos hasta la sombra de un árbol, estaba a punto de maldecir por la botella cuando me encontré una herradura que me devolvió el buen ánimo.

Mientras estuve en soledad me dediqué a admirar el paisaje: unas montañas imponentes y verdes separadas por un río de 50 o 60 metros de ancho, abundantes arbustos, unos cuantos árboles y un sorprendente puente "colgante" de al menos 20 metros de altura que alguna vez tuvo una columna en medio pero que la fuerza del río había derribado. Me sentí aliviado de no tener que cruzarlo, al menos esta vez.

Cuando a lo lejos aparecieron dos niños jalando un burro supe que venían por mí, de inmediato caminé a su encuentro y me presenté. Con gran habilidad ataron mis cosas al burro y todavía dejaron espacio para que yo lo montara. Me subí al animal, pero solo aguante unos cien metros pues estaba muy flaco y era demasiado incomodo. Seguimos a pie por diez minutos más hasta que surgió la primer casita; era humilde, con un cuarto de cinco por ocho metros y dos techados contiguos, uno para la hornilla y otro para la leña, pero lo que sobresalía era su amplio corral rodeado con alambre de púas y repleto de gallinas.

Después supe que esa y otras casas eran recientes porque más adelante estaba el letrero de lámina oxidada que anunciaba la llegada al pueblo, tenía en el encabezado el logotipo de la Comisión Federal de Electricidad y decía:

REUBICACIÓN DEL POBLADO "LOS SABINOS"
Población actual: 125 habitantes
INFRAESTRUCTURA Y SERVICIOS:
15 viviendas, escuela primaria, casa del maestro, iglesia,
casa del pueblo, tienda rural, dispensario médico, suministro de agua,
letrinas sanitarias y canca deportiva
                                                                                                                    Junio de 1991 

 Así comencé a conocer la historia de "Los Sabinos" un pueblo al que el gobierno federal había reubicado llevándolos, con todo y sus muertos, desde la parte inferior de la sierra del municipio de El Nayar hasta la parte más alta, debido a que esa zona se inundaría para la construcción de la presa hidroeléctrica Aguamilpa. Qué ironía, los movieron para generar energía eléctrica pero ellos no contaban con ese servicio.

Al pasar por el pueblo el juez auxiliar y algunas personas salieron de sus casas para saludarme. Me hacían sentir como un salvador, agradeciendo que yo estuviera con ellos y ofreciendo apoyarme en lo que fuera necesario.

El juez auxiliar me dirigió hasta la casa del maestro advirtiéndome que tendría que compartirla con el maestro de telesecundaria. Se trataba de una construcción de tres cuartos que alguna vez funcionó como central de comunicación por lo que aún conservaba una antena de 12 o 15 metros de altura a un costado. Por lo demás era un lugar pequeño, sin más mueble que un viejo escritorio. Elegí que el cuarto donde dormiría sería uno que contaba con una malla colgante como protección ante los alacranes y arañas. Empecé a limpiar cuando llegó el maestro de telesecundaria con su catre y equipaje, quien ya conocía el lugar y con quien compartiría allí tres meses de buena amistad.

Ese primer día fuimos invitados a comer por varias personas pero decidimos dar prioridad al juez pues, porque además de ser el primero en invitarnos nos explicaría otros detalles tal como qué familia nos brindaría las tortillas la primer semana y cómo nos apoyarían para limpiar las escuelas.

Lo último que recuerdo de mi llegada a Los Sabinos es que, a pesar de lo cansado que quedé después levantarme a las 5:00 am en Tepic, después de remar cada vez que el lanchero encontraba una palizada en el río y tomábamos uno de esos palos para ayudarle a salir del obstáculo y que pudiera encender el motor de nuevo, después de barrer y rociar la casa, lavar la pila, cortar los arbustos del corral y recorrer el pueblo a pie, no pude dormir más de tres o cuatro horas; pero no fue por miedo ante los caimanes del río, la víbora que matamos en el corral o el murciélago que esa noche entró al cuarto, no pude dormir pensando en la alegría de tener por primera vez un trabajo como maestro de educación primaria y dejar atrás más de un año de espera para ejercer mi vocación. Atrás quedó la búsqueda de oportunidades en otros estados e incluso de tener que trabajar en otras cosas: escritor para una revista, aplicador de exámenes, jardinero y hasta trabajador en un motel.  Recuerdo que esa noche derramé unas lágrimas de felicidad en el silencio de la noche, entre aullidos de coyote y el mugir de las vacas.
.

El tiempo vuela
Los meses que estuve trabajando en Los Sabinos se fueron de prisa. Al principio trabajé al mismo tiempo con mis dieciséis alumnos de primer a sexto grado, pero muy pronto me di cuenta que aquellos niños merecían más atención si en verdad quería que aprendieran algo. Lo que hice fue pedir permiso a los padres y trabajar con los alumnos de 1°, 2° y 6° de 7:00 a 10:00am, la razón era que los más pequeños necesitaban reforzar el acceso a la lectoescritura y los que estaban a punto de irse a la telesecundaria ¡también! Después teníamos un recreo compartido con todos los alumnos de 10:00 a 10:30 am. donde yo organizaba juegos matemáticos que tomaba de libros y ficheros ahí surgieron los chispazos– después me quedaba solamente con los alumnos de 3°,4° y 5° hasta la 1:30pm y me iba a comer. La mayoría de ocasiones me invitaba algún alumno o alumna y hasta disputaban para llevarme a su casa a comer frijoles, queso, chiles, tortillas recién hechas y huevo. Por la tarde regresaba a trabajar algunas horas pero solo con los alumnos que requerían más atención.

Al salir de la escuela me iba a la cancha deportiva, lugar de encuentro de jóvenes y adultos, a jugar futbol hasta que caía la noche. Después caminaba bajo la luz de la luna, o de mi linterna, hasta la casa del maestro a platicar otro rato con el compañero de la telesecundaria y con algunos señores, por cierto que siempre nos preparábamos con una caja de cerillos y un pomo de alcohol para quemar a las tarántulas que con frecuencia aparecían (así se las podían comer las gallinas sin peligro). Otras veces encendíamos un radio de pilas que sintonizaba estaciones de varios estados y lo escuchábamos hasta que los bostezos aparecían y llegaba la hora de dormir, no sin antes bañarme bajo el resguardo de la oscuridad y de disfrutar de una taza de café y galletas marías.

El día que me retiré de los Sabinos fui despedido por varios alumnos y más personas antes de abordar la lancha. En el camino hacia la playita del río encontré otra herradura oxidada que, junto a la que encontré el primer día, a diario observo colgadas en la pared de mi cuarto, como prueba de que mi estancia en aquel pueblo serrano no fue un sueño.



Volver a: 10° Aniversario, Generación 2001-2005



No hay comentarios.:

Publicar un comentario